LA REGRESIÓN, dentro del capítulo PSICOLOGÍA DE LOS PROCESOS ANÍMICOS: capítulo VII de la Interpretación de los Sueños, diciendo:
“Reuniremos
los resultados principales que hasta ahora nos ha proporcionado nuestra
investigación. El sueño es un acto psíquico importante y completo, ) es siempre un deseo por realizar. Su
aspecto, en el que nos es imposible reconocer tal deseo, y sus muchas
singularidades y absurdidades proceden de la influencia de la censura psíquica
que ha actuado sobre él durante su formación. A más de la necesidad de escapar
a esta censura, han colaborado en su formación ESOS MEDIOS DE PRODUCCIÓN;
CONDEN, DESPL.. PUESTA EN e. Y EL. SECUN. De cada uno de estos principios parte
un camino que conduce a postulados e hipótesis de orden psicológico. “Deberemos investigar la relación recíproca
existente entre el motivo optativo y las cuatro condiciones indicadas, así como
las de estas últimas entre sí. Y, “Por último, habremos de incluir al sueño en
la totalidad de la vida anímica.
Duice,, “Al principio del capítulo, hemos
expuesto un sueño que nos plantea un enigma cuya solución no hemos emprendido
todavía. La interpretación de este
sueño no nos opuso dificultad ninguna, pareciéndome únicamente que había
de ser completada. Nos preguntamos por qué en este caso se producía un sueño en
vez del inmediato despertar el sujeto, y reconocimos como uno de los motivos
del primero el deseo de representar al niño en vida. Más adelante veremos que
en este sueño desempeña también un papel otro deseo distinto; pero por lo
pronto dejaremos establecido que fue para permitir una realización de
deseos por lo
que el proceso mental del reposo quedó convertido en un sueño. Fuera de la
realización de deseos no hay más que un solo carácter que separe en este caso
los dos géneros de actividad psíquica. La idea latente sería: «Veo un
resplandor que viene de la habitación en la que está el cadáver. Quizá haya
caído una vela sobre el ataúd y se esté quemando el niño.» El sueño reproduce
sin modificación alguna el resultado de esta reflexión, pero lo introduce en
una situación presente y percibida por los sentidos como un suceso de la
vigilia. Este es, como sabemos, el carácter psicológico más general y evidente
del sueño. Una idea, casi siempre la que entraña el deseo, queda objetivizada
en el sueño y representada en forma de escena vivida. ¿Cómo podremos explicar
esta peculiaridad característica del trabajo del sueño, o, hablando más
modestamente, cómo podremos incluirla entre los procesos psíquicos?
Un examen más
detenido nos hace observar que la forma aparente de este sueño nos muestra dos
caracteres casi independientes entre sí. El primero es la representación en
forma de situación presente, omitiendo el «quizá». El otro es la transformación
de la idea en imágenes visuales y en palabras.
Tomemos otro sueño en el que el deseo onírico no se distinga de la
continuación durante el reposo de los pensamientos de la vigilia; por ejemplo,
el sueño de la inyección de Irma. En este sueño la idea latente que alcanza una
representación aparece en optativo: «¡Ojalá fuese Otto el culpable de la
enfermedad de Irma!» El sueño reprime el optativo y lo sustituye por un simple
presente: «Sí; Otto tiene la culpa de la enfermedad de Irma.» Es ésta, pues, la
primera de las transformaciones que todo sueño, incluso aquellos que aparecen
libres de deformación, lleva a cabo con las ideas latentes. Pero esta primera
singularidad del sueño también se cumple en la existencia de las fantasías
conscientes y de sueños diurnos que proceden del mismo modo con su contenido de
representaciones.
El fenómeno
onírico utiliza, por tanto, el presente en la misma forma y con el mismo
derecho que el sueño diurno. El presente es el tiempo en que el deseo es
representado como realizado.
El segundo de los caracteres antes mencionados
es, en cambio, peculiar al sueño y lo diferencia de la ensoñación diurna. Este
carácter es el de que el contenido de representaciones no es pensado, sino que
queda transformado en imágenes sensoriales a las que prestamos fe y que creemos
vivir. Hay algunos que no se componen sino de ideas, no obstante lo cual nos es
imposible discutirles el carácter de sueños. (ejemplo del sueño «autodidasker
la fantasía diurna con el profesor N.»)
Asimismo hay en todo sueño algo externo,
elementos que no han quedado transformados en imágenes sensoriales y que son
simplemente pensados o sabidos del mismo modo que en la vigilia. Recordemos,
además, que tal transformación de representaciones en imágenes sensoriales no
es exclusiva del sueño, sino que aparece también en la alucinación, esto es, en
aquellas visiones que constituyen un síntoma de la psiconeurosis o surgen
independientemente de todo estado patológico. La relación que aquí investigamos
no es pues, exclusiva del sueño, pero constituye de todos modos su carácter más
notable.
No puede
compararlo a nada, porque es un nuevo descubrimiento, y que al ponernos aestas
comparaciones, dice: comparaciones no
tienen otro objeto que el de auxiliarnos en una tentativa de llegar a la
comprensión de la complicada función psíquica total, dividiéndola y
adscribiendo cada una de sus funciones aisladas a uno de los elementos del
aparato.
Como lo que
necesitamos son representaciones auxiliares que nos ayuden a conseguir una
primera aproximación a algo desconocido, nos
representamos, pues, el aparato anímico como un instrumento compuesto a
cuyos elementos damos el nombre de instancias, o, para mayor plasticidad de
sistemas, tales sistemas presenten una orientación especial constante entre sí,
de un modo semejante a los diversos sistemas de lentes del telescopio, los
cuales se hallan situados unos detrás de otros. En realidad no necesitamos
establecer la hipótesis de un orden verdaderamente especial de los sistemas
psíquicos. Nos basta con que exista un orden fijo de sucesión establecido por
la circunstancia de que en determinados procesos psíquicos la excitación
recorre los sistemas conforme a una sucesión temporal determinada. Este orden
de sucesión puede quedar modificado en otros procesos, posibilidad que queremos
dejar señalada, desde luego.
Dice, “ De
los componentes del aparato hablaremos en adelante con el nombre del «sistema
Y». Lo primero que nos llama la atención es que este aparato compuesto de
sistema Y posee una dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de
estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones. De este modo
adscribimos al aparato un extremo sensible y un extremo motor. En el extremo
sensible se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el motor,
otro que abre las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico se desarrolla
en general pasando desde el extremo de percepción hasta el extremo de
motilidad. Así, pues, el esquema más general del aparato psíquico presentaría
el siguiente aspecto: Este esquema no es
más que la realización de la hipótesis de que el aparato psíquico tiene que
hallarse construido como un aparato reflector. El proceso de reflexión es
también el modelo de todas las funciones psíquicas.
Introduciremos ahora fundadamente una primera
diferenciación en el extremo sensible. Las percepciones que llegan hasta
nosotros dejan en nuestro aparato psíquico una huella a la que podemos dar el
nombre de huella mnémica (Erinnerungsspur). La función que a esta huella
mnémica se refiere es la que denominamos memoria. Continuando nuestro propósito
de adscribir a diversos sistemas los procesos psíquicos, observamos que la
huella mnémica no puede consistir sino en modificaciones permanentes de los
elementos del sistema. Ahora bien: como ya hemos indicado en otro lugar, el que
un mismo sistema haya de retener fielmente modificaciones de sus elementos y
conservar, sin embargo, una capacidad constante de acoger nuevos motivos de
modificación supone no pocas dificultades.
En Estas dos
funciones en sistemas distintos, los
estímulos de percepción son acogidos por un sistema anterior del aparato que no
conserva nada de ellos; esto es, que carece de toda memoria, y que detrás de
este sistema hay otro que transforma la momentánea excitación del primero en
huellas duraderas. La figura número 2 corresponde a este nuevo aspecto del
aparato psíquico.
Fig, 2 Sabido
es que las percepciones que actúan sobre el sistema P perduran algo más que su
contenido. Nuestras percepciones demuestran hallarse también enlazadas entre sí
en la memoria, conforme, ante todo, a su primitiva coincidencia en el tiempo.
Este hecho es el que conocemos con el nombre de asociación. Ahora bien: el
sistema P no puede conservar las huellas para la asociación, puesto que carece
de memoria. Cada uno de los elementos P quedaría insoportablemente obstruido en
su función si un resto de una asociación anterior se opusiera a una nueva
percepción. Habremos, pues, de suponer que los sistemas mnémicos constituyen la
base de la asociación. Esta consistirá entonces en que, siguiendo la menor
resistencia, se propagará la excitación preferentemente de un primer elemento
Hm a un segundo elemento, en lugar de saltar a otro tercero. Un detenido examen
nos muestra, pues, la necesidad de aceptar la existencia de más de uno de estos
sistemas Hm, en cada uno de los cuales es objeto de una distinta fijación la
excitación propagada por los elementos P. El primero de estos sistemas Hm
contendrá de todos modos la fijación de la asociación por simultaneidad, y en
los más alejados quedará ordenado el mismo material de excitación según otros
distintos órdenes de coincidencia, de manera que estos sistemas posteriores
representarían, por ejemplo, las relaciones de analogía, etc. Sería,
naturalmente, ocioso querer describir la significación psíquica de uno de estos
sistemas. Su característica se hallaría en la intimidad de sus relaciones con
los elementos del material mnémico bruto; esto es, si queremos aludir a una
teoría más profunda, en los escalonamientos de la resistencia conductora de
estos elementos. Habremos de intercalar
aquí una observación de carácter general que entraña quizá una importantísima
indicación. El sistema P, que no posee capacidad para conservar las modificaciones;
esto es, que carece de memoria, aporta a nuestra conciencia toda la variedad de
las cualidades sensibles. Por el contrario, nuestros recuerdos, sin excluir los
más profundos y precisos, son inconscientes en sí. Pueden devenir conscientes,
pero no es posible dudar que despliegan todos sus efectos en estado
inconsciente. Aquello que denominamos nuestro carácter reposa sobre las huellas
mnémicas de nuestras impresiones, y precisamente aquellas impresiones que han
actuado más intensamente sobre nosotros, o sea las de nuestra primera juventud,
son las que no se hacen conscientes casi nunca. Pero cuando los recuerdos se
hacen de nuevo conscientes no muestran cualidad sensorial alguna o sólo muy
pequeña, en comparación con las percepciones. Todo lo que hasta ahora hemos
supuesto sobre la composición del aparato psíquico en su extremo sensible ha
sido sin tener en cuenta para nada el sueño ni las explicaciones psicológicas
que de su estudio pueden deducirse. Este estudio nos proporciona, en cambio,
gran ayuda para el conocimiento de otro sector del aparato. Hemos visto que nos
era imposible explicar la formación de los sueños si no nos decidíamos a
aceptar la existencia de dos instancias psíquicas psíquicas, una de las cuales
somete a una crítica la actividad de la otra; crítica de la que resulta la
exclusión de esta última de la conciencia.
Fig. 3
La instancia
crítica mantiene con la conciencia relaciones más íntimas que la criticada,
hallándose situada entre ésta y la conciencia a manera de pantalla. Hemos
encontrado, además, puntos de apoyo para identificar la instancia crítica con
aquello que dirige nuestra vida despierta y decide sobre nuestra actividad
voluntaria y consciente.
Si ahora sustituimos estas instancias por
sistemas, quedará situado el sistema crítico en el extremo motor del aparato
psíquico supuesto. Incluiremos, pues, ambos sistemas en nuestro esquema y les
daremos nombres que indiquen su relación con la conciencia. Al último de los
sistemas situados en el extremo motor le damos el nombre de preconsciente para
indicar que sus procesos de excitación pueden pasar directamente a la
conciencia siempre que aparezcan cumplidas determinadas condiciones; por
ejemplo, la de cierta intensidad y cierta distribución de aquella función a la
que damos el nombre de atención, etc. Este sistema es también el que posee la
llave del acceso a la motilidad voluntaria. Al sistema que se halla detrás de
él le damos el nombre de inconsciente porque no comunica con la conciencia sino
a través de lo preconsciente, sistema que impone al proceso de excitación, a
manera de peaje, determinadas transformaciones
(#379).
(pie de
página, dice:
¿En cuál de estos sistemas situaremos ahora el
estímulo de la formación de los sueños? Para mayor sencillez, en el sistema
Inc., aunque, como más adelante explicaremos, no es esto rigurosamente exacto,
pues la formación de los sueños se halla forzada a enlazarse con ideas latentes
que pertenecen al sistema de lo preconsciente. Pero también averiguaremos en
otro lugar, al tratar del deseo onírico, que la fuerza impulsora del sueño es
proporcionada por el sistema Inc., y esta última circunstancia nos mueve a
aceptar el sistema inconsciente como el punto de partida de la formación de los
sueños. Este estímulo onírico exteriorizará, como todos los demás productos
mentales, la tendencia a propagarse al sistema Prec. y pasar de éste a la
conciencia.
PdP 379 La experiencia nos enseña que durante el día
aparece desplazado por la censura de la resistencia, y para las ideas latentes,
este camino que conduce a la conciencia a través de lo preconsciente. Durante
la noche se procuran dichas ideas el acceso a la conciencia, surgiendo aquí la
interrogación de por qué camino y merced a qué modificación lo consiguen. Si el
acceso de estas ideas latentes a la conciencia dependiera de una disminución
nocturna de la resistencia que vigila en la frontera entre lo inconsciente y lo
preconsciente, tendríamos sueños que nos mostrarían el carácter alucinatorio
que ahora nos interesa. El relajamiento de la censura entre los dos sistemas
Inc. y Prec. no puede explicarnos por tanto, sino aquellos productos oníricos
exentos de imágenes sensoriales (recuérdese el ejemplo «autodidasker») y no
sueños como el detallado al principio del presente capítulo. Lo que en el sueño
alucinatorio sucede no podemos describirlo más que del modo siguiente: la
excitación toma un camino regresivo, en lugar de avanzar hacia el extremo motor
del aparato, se propaga hacia el extremo sensible, y acaba por llegar al
sistema de las percepciones. Si a la dirección seguida en la vigilia por el
procedimiento psíquico, que parte de lo inconsciente, le damos el nombre de
dirección progresiva, podemos decir que el sueño posee un carácter
regresivo (#380). onírico; pero no
debemos olvidar que no es privativa de los sueños. También el recordar
voluntario, la reflexión y otros procesos parciales de nuestro pensamiento
normal corresponden a un retroceso, dentro del aparato psíquico, desde
cualquier acto complejo de representación al material bruto de las huellas
mnémicas en las que se halla basado. Pero durante la vigilia no va nunca esta
regresión más allá de las imágenes mnémicas, y no llega a reavivar las imágenes
de percepción, convirtiéndolas en alucinaciones.
¿Por qué no
sucede también esto en el sueño? Al hablar de la condensación onírica hubimos
de suponer que la elaboración del sueño llevaba a cabo una total transmutación
de todos los valores psíquicos, despojando de su intensidad a unas
representaciones para transferirlas a otras. Esta modificación del proceso
psíquico acostumbrado es la que hace posible cargar el sistema de las P hasta
la completa vitalidad en una dirección inversa, o sea partiendo de las ideas.
No creo que nadie incurra en error sobre el alcance de estas explicaciones.
Hasta ahora no hemos hecho otra cosa que dar un nombre a un fenómeno
inexplicable. Hablamos de regresión cuando la representación queda
transformada, en el sueño, en aquella imagen sensible de la que nació
anteriormente. De todos modos, también necesitamos justificar este paso, pues
podría objetársenos la inutilidad de una calificación que no ha de enseñarnos
nada nuevo. Pero, a nuestro juicio, ha de sernos muy útil este nombre de
regresión por enlazar un hecho que nos es conocido al esquema antes
desarrollado de un aparato psíquico; esquema cuyas ventajas vamos ahora a
comprobar por vez primera, pues con su sola ayuda, y sin necesidad de nuevas
reflexiones, hallaremos el esclarecimiento de una de las peculiaridades de la
formación de los sueños. Considerando el proceso onírico comouna regresión
dentro del aparato anímico por nosotros supuesto, hallamos la explicación de un
hecho antes empíricamente demostrado; esto es, el de que las relaciones
intelectuales de las ideas, latentes entre sí, desaparecen en la elaboración
del sueño o no encuentran sino muy trabajosamente una expresión. Nos muestra,
en efecto, nuestro esquema que estas relaciones intelectuales no se hallan
contenidas en los primeros sistemas Hm, sino en otros anteriores a ellos, y
tienen que perder su expresión en el proceso regresivo hasta las imágenes de
percepción. La regresión descompone en su material bruto el ajuste de las ideas
latentes.
Modificaciones
de las cargas de energía de cada uno de los sistemas; modificaciones que los
hacen más o menos transitables o intransitables para el curso de la excitación.
Pero dentro de cada uno de estos aparatos podía producirse este mismo efecto
por medio de modificaciones diferentes. Pensamos, naturalmente, en seguida en
el estado de reposo y en las modificaciones de la carga psíquica que el mismo
provoca en el extremo sensible del aparato. Durante el día existe una corriente
continua desde el sistema Y de las P hasta la motilidad. Pero esta corriente
cesa por la noche, y no puede ya presentar obstáculo ninguno a la regresión de
la excitación. Sin embargo, al explicar la regresión del sueño habremos de
tener en cuenta aquellas otras regresiones que tienen efecto en los estados
patológicos de la vigilia; regresiones a las que nuestra anterior hipótesis
resulta inaplicable, pues se desarrolla, a pesar de no hallarse interrumpida la
corriente sensible, en dirección progresiva.
Las alucinaciones de la histeria y de la paranoia y las visiones de las
personas normales corresponden, efectivamente, a regresiones; esto es, son
ideas transformadas en imágenes. Pero en estos casos no experimentan tal
transformación más que aquellas ideas que se hallan en íntima conexión con
recuerdos reprimidos o inconscientes. Uno de los histéricos más jóvenes que he
sometido a tratamiento, un niño de doce años, no puede conciliar el reposo,
porque en cuanto lo intenta ve caras verdes con ojos encarnados, que le causan
espanto. La fuente de esta aparición es el recuerdo reprimido, pero
primitivamente consciente, de un muchacho, al que vio varias veces hacía cuatro
años, y que constituía un modelo de vicios infantiles; entre ellos, el de la
masturbación; vicio que también practicó el sujeto, reprochándoselo ahora
amargamente. Su madre había observado por entonces que el niño tenía un color verdoso, y los ojos,
encarnados (los párpados, ribeteados). De este recuerdo procede, pues, el
fantasma que le impide conciliar el reposo y que está destinado después a
recordarle la predicción que le hizo su madre de que tales niños se vuelven
idiotas, no consiguen aprender nada en la escuela y mueren jóvenes. Nuestro
pequeño paciente demuestra la realización de una parte de esta profecía, pues
no avanza en sus estudios, y teniendo conciencia de ello, le espanta que pueda
también realizarse la segunda parte. El tratamiento logró devolver en poco
tiempo el reposo, hacerle perder el miedo y terminar el año escolar con notas
sobresalientes. os resultados de mis
estudios, aún no publicados, sobre la psicología de la neurosis robustecen la
afirmación de que en estos casos de transformación represiva de las ideas hemos
de tener en cuenta la influencia de un recuerdo reprimido o inconsciente,
infantil en la mayoría de los casos. Este recuerdo arrastra consigo a la
regresión; esto es, a la forma de representación, en la que el mismo se halla
dado psíquicamente, a las ideas con él enlazadas y privadas de expresión por la
censura.
Si recordamos
cuál es el papel que en las ideas latentes corresponde a los sucesos infantiles
o a las fantasías en ellos basadas; con cuánta frecuencia emergen de nuevo
fragmentos de los mismos en el contenido latente, y cómo los mismos deseos del
sueño aparecen muchas veces derivados de ellos, no rechazaremos la probabilidad
de que la transformación de las ideas en imágenes visuales sea también en el
sueño la consecuencia de la atracción que el recuerdo, representado
visualmente, y que tiende a resucitar, ejerce sobre las ideas privadas de
conciencia, que aspiran a hallar una expresión. Según esta hipótesis, podría
también describirse el sueño como la sustitución de la escena infantil,
modificada por su transferencia a lo reciente. La escena infantil no puede
conseguir su renovación real y tiene que contentarse con retornar a título de
sueño. Esta regresión es siempre un efecto de la resistencia, que se opone al
avance de la idea hasta la conciencia por el camino normal, y de la atracción
simultánea que los recuerdos sensoriales dados ejercen sobre ella (#382). La regresión sería hasta posible en
el sueño por la cesación de la corriente diurna progresiva de los órganos
sensoriales; factor auxiliar que en las otras formas de la regresión podía ser
el que contribuyera al robustecimiento de los demás motivos de la misma. No
debemos tampoco olvidar que el proceso de la transferencia de energía habrá de
ser, tanto en estos casos patológicos de regresión como en el sueño, muy
distinto del que se desarrolla en las regresiones de la vida anímica normal,
puesto que en los primeros hace posible una completa carga alucinatoria de los
sistemas de percepción. Aquello que en el análisis del trabajo del sueño hemos
descrito con el nombre de cuidado de la representabilidad podría ser referido a
la atracción selectora de las escenas visualmente recordadas, enlazadas a las
ideas latentes.
Entonces, Distinguimos aquí tres clases de regresión:
a) Una regresión tópica, en el sentido del esquema de los sistemas Y. b) Una
regresión temporal, en cuanto se trata de un retorno a formaciones psíquicas
anteriores. c) Una regresión formal cuando las formas de expresión y
representación acostumbradas quedan sustituidas por formas correspondientes
primitivas. Estas tres clases de regresión son en el fondo una misma cosa, y
coinciden en la mayoría de los casos, pues lo más antiguo temporalmente es
también lo primitivo en el orden formal, y lo más cercano en la tópica psíquica
al extremo de la percepción.
Esta
impresión es la de que el acto de soñar es por sí una regresión a las más
tempranas circunstancias del soñador, una resurrección de su infancia, con
todos sus impulsos instintivos y sus formas expresivas. Detrás de esta infancia
individual se nos promete una visión de la infancia filogénica y del desarrollo
de la raza humana, desarrollo del cual no es el individual, sino una
reproducción abreviada e influida por las circunstancias accidentales de la
vida. Sospechamos ya cuán acertada es la opinión de Nietzsche de que «el sueño
continúa un estado primitivo de la Humanidad, al que apenas podemos llegar por
un camino directo», y esperamos que el análisis de los sueños nos conduzca al
conocimiento de la herencia arcaica del hombre y nos permita descubrir en él lo
anímicamente innato.
Esta primera
parte de nuestra investigación psicológica del sueño no nos llega a satisfacer
por completo. Nos consolaremos pensando en que nos vemos obligados a construir
en las tinieblas. Además, si no nos engañamos mucho, hemos de retornar muy
pronto a estas mismas regiones por un distinto camino, y quizá sepamos
orientarnos mejor.
Pilar Iglesias Nicolás
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