NUEVAS CONFERENCIAS DE PSICOANÁLISIS
Lección XXIX
REVISIÓN DE LA TEORÍA DE LOS SUEÑOS
He de deciros, que volviendo a las conferencias dictadas 30 años después de La Interpretación de los Sueños, Freud nos plantea de nuevo lo que desde el principio se nos imponia, lectura epistomológica, lectura científica, y lectura como producción:
Entraña, pues, para nosotros especial interés perseguir precisamente en el caso de los sueños qué transformaciones ha experimentado el psicoanálisis en este intervalo, y además qué progreso ha realizado durante él en la comprensión y la estimación de los demás. Os diré, desde luego, que en ambos sentidos quedaréis defraudados.
Hojead conmigo la colección de la Revista Internacional de Psicoanálisis Médica (Internationale Zeitschrift für ärztliche Psychoanalyse), en la cual constan, desde 1913, los principales trabajos sobre nuestra ciencia. En el primer tomo hallaréis una sección permanente dedicada a La interpretación de los sueños, con numerosas aportaciones a los distintos problemas de la teoría de los sueños. Pero conforme vayáis avanzando en vuestra rebusca veréis que tales aportaciones se hacen cada vez menos frecuentes, hasta la desaparición total de la sección correspondiente. Los analistas se conducen como si nada tuvieran ya que decir sobre los sueños, como si la teoría de los mismos fuera ya cosa acabada. Pero si me preguntáis qué es lo que de la teoría de los sueños han aceptado las gentes ajenas a nuestro círculo, los muchos psiquiatras y psicoterapeutas que arriman su sardina a nuestras ascuas -sin mostrarse ciertamente muy agradecidos a nuestra hospitalidad-, las gentes llamadas intelectuales que acostumbran apropiarse los resultados más impresionantes de la ciencia, los literatos y el gran público; si preguntáis, repito, qué es lo que de la teoría de los sueños han asimilado todas estas gentes, la respuesta es muy poco satisfactoria». Algunas fórmulas han Ilegado a ser generalmente conocidas, y entre ellas, algunas que jamás han sido nuestras, tales como la tesis de que todos los sueños son de naturaleza sexual; pero precisamente cosas tan importantes como la distinción fundamental entre el contenido manifiesto del sueño y las ideas latentes del mismo, el descubrimiento de que los sueños de angustia no contradicen la función cumplidora de deseos del sueño, la imposibilidad de interpretar el sueño sin ayuda de las asociaciones correspondientes al sujeto y, sobre todo, el descubrimiento de que lo más esencial del sueño es el proceso de la elaboración onírica; todo esto parece ser aún tan lejano como hace treinta años a la consciencia general. Puedo afirmarlo así porque en el intervalo he recibido multitud de cartas de personas que me relatan en ellas sus sueños, pidiéndome su interpretación, o me demandan explicaciones sobre la naturaleza de los sueños afirmando haber leído mi Interpretación de los sueños, cuando cada una de las frases de sus cartas delata su incomprensión de nuestra teoría onírica. Ello no ha de impedirnos, sin embargo, recapitular nuevamente lo que de los sueños sabemos. Recordaréis, seguramente, que en nuestra anterior exposición de la materia dedicamos toda una serie de conferencias a mostrar cómo se había llegado a la comprensión de tal fenómeno psíquico, hasta entonces inexplicable.
Así, pues, cuando alguien, por ejemplo, un paciente sometido a la terapia analítica, nos relata uno de sus sueños hacemos cuenta de que con ello nos ha hecho una de las comunicaciones a las que hubo de obligarse al ponerse en tratamiento. Aunque, desde luego, una comunicación con medios impropios, pues el sueño no es en sí una expresión social ni un medio de comunicación. Así, no comprendemos lo que el sujeto quiere decirnos y, por su parte, tampoco él lo sabe a punto fijo. Se nos plantea entonces un dilema que hemos de resolver rápidamente: O bien el sueño es, como nos lo aseguran los médicos no analistas, un signo de que el sujeto ha dormido mal, de que no todas las partes de su cerebro se han aquietado por igual y de que ciertos lugares del mismo, bajo el influjo de estímulos desconocidos, han querido seguir trabajando y sólo de un modo muy imperfecto lo han podido, y entonces haremos bien en no ocuparnos más del producto, carente de todo valor psíquico, de la perturbación nocturna, ya que su investigación nada útil para nuestros propósitos puede suministrarnos. O bien… Pero advertimos que de antemano nos hemos pronunciado en otro sentido. Hemos supuesto, en efecto -desde luego arbitrariamente, lo confesamos-, que también un tal sueño incomprensible tenía que ser un acto psíquico plenamente válido, significativo y valioso, susceptible de ser utilizado en el análisis como otra comunicación cualquiera del paciente. Si tenemos o no razón, sólo el resultado de nuestras tentativas puede mostrarlo. Si conseguimos transformar el sueño en una tal manifestación valiosa, podremos esperar averiguar algo nuevo, obtener comunicaciones tales como hasta ahora nos habían sido inaccesibles.
Mas en este punto se alzan ante nosotros las dificultades de nuestra labor y los enigmas de nuestro tema. ¿Cómo hacemos para transformar el sueño en una tal com unicación normal y cómo explicarnos que una parte de las manifestaciones del paciente hayan tomado esta forma tan incomprensible para él como para nosotros? Como veréis, esta vez no sigo el camino de una expresión genética, sino el de una exposición dogmática. Nuestro primer paso consistirá en fijar nuestra nueva actitud ante el problema de los sueños con la introducción de dos nuevos conceptos o denominaciones. A lo que hasta ahora se ha dado el nombre de «sueño» lo llamamos «texto del sueño» o «sueño manifiesto», y a lo que buscamos y, por decirlo así, presumimos detrás del sueño lo designamos como «ideas latentes del sueño». Hecho así, podemos expresar nuestras dos labores en la forma siguiente: Tenemos que transformar el sueño manifiesto en el sueño latente e indicar cómo este último se ha hecho el primero en la vida anímica del sujeto. La primera parte es una labor práctica que atañe a la interpretación onírica y precisa de una técnica; la segunda es una labor teórica que ha de explicar el supuesto proceso de la elaboración del sueño, y sólo una teoría puede ser. Ambas, la técnica de la interpretación onírica y la teoría de la elaboración del sueño, han de ser creadas de nuevo. ¿Por cuál de ellas hemos de comenzar? A mi juicio, por la técnica de la interpretación de sueños. Su mayor plasticidad habrá de haceros impresión más viva.
Tenemos, pues, que el paciente nos ha relatado un sueño que hemos de interpretar. Hemos escuchado pasivamente su relato sin hacer reflexión alguna sobre él. ¿Qué hacemos primero? Decidimos preocuparnos lo menos posible de lo que hemos oído, o sea, del sueño manifiesto. Naturalmente, este sueño manifiesto muestra diversos caracteres que no nos son del todo indiferentes. Puede ser coherente, correctamente compuesto como un poema, o incomprensiblemente embrollado, casi como un delirio; puede contener elementos absurdos o chistosos y conclusiones aparentemente ingeniosas; puede resultar claro y preciso al sujeto o turbio y desvanecido; sus imágenes pueden mostrar la plena intensidad sensorial de percepciones o ser imprecisas como vagas sombras, y un mismo sueño puede reunir los más diversos caracteres distribuidos en diversos lugares; el sueño puede mostrar, en fin, un tono afectivo indiferente o ir acompañado de intensísimas excitaciones alegres o penosas.
No debéis creer que hacemos caso omiso de esta infinita variedad en el sueño manifiesto; más adelante volveremos sobre el asunto y hallaremos elementos útiles para el análisis, mas por de pronto prescindimos de ellos y emprendemos el camino principal de la interpretación onírica; esto es, invitamos al sujeto a libertarse también de la impresión del sueño manifiesto, a desviar su atención de la totalidad del mismo para concentrarla sobre cada una de las partes del contenido del sueño y a comunicarnos sucesivamente las asociaciones que enlacen a cada una de tales partes.
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